Hay mujeres que les causa hastío sólo el ver un libro - esto es malo -. Hay otras que devoran cuanta novela y papelucho cae a sus manos - esto es peor -. Dice un proloquio que en el medio consiste la virtud, y en este punto debe llevarse a puro y debido efecto.
No hay ocupación más útil para toda clase de gentes que el leer. El entendimiento se fertiliza, la imaginación se aviva, el corazón se deleita, y el fastidio huye a grandes pasos ante la presencia de un libro. Todas estas son verdades evidentes, reconocidas, y que otras las habían ya dicho antes que yo; pero estas reglas deben subir grandes modificaciones respecto a las mujeres. El literato, el eclesiástico, el jurisconsulto deben y pueden leer (y eso si tienen ya el juicio y gusto formados) cuantas obras puedan, desde los escritos de Lutero hasta los sermones de Bossuet; desde el Hijo del Carnaval de Pigaul Lebrun, hasta Pablo y Virginia de Bernardino de Saint-Pierre; desde los Cuentos de Bocaccio y Fábulas de La-Fontaine, hasta las meditaciones de La-Martine; desde las fábulas de Voltaire, hasta los mártires de Chateaubriand; pero ¿una mujer? ¡Ah! Una mujer no debe jamás exponerse a pervertir su corazón, a desviar su alma de esas ideas de religión y piedad que santifican aún a las mujeres perdidas. Tampoco deberá buscarse una febril exaltación de sentimientos que la hagan perder el contento y tranquilidad de la vida doméstica, y ver a su marido como un poltrón e insufrible clásico.
Una mujer que lee indistintamente toda clase de escritos cae forzosamente en el crimen o en el ridículo. De ambos abismos sólo la mano de Dios puede sacarla.
Mujer que lee las Ruinas de Volney, es temible.
La que constantemente tiene en su costurero a la Julia de Rousseau y a Eloísa y Abelardo, es desgraciada.
Entre las lecturas de las Ruinas de Volney y la de Julia, es preferible la de novelas.
Por regla general, voy a daros un consejo, hermosas mías. Siempre que oigáis decir de una obra que es romántica, no la leáis; y esto va contra mis ideas literarias y contra mi opinión respecto a escritos; pero generalmente lo que se llama romántico no deben leerlo ni las doncellas ni las casadas, porque siempre hay en tales composiciones maridos traidores, padres tiranos, amigos pérfidos, incestos horrorosos, parricidios, adulterios, asesinatos y crímenes, luchando en un fango de sangre y de lodo.
Con verdad, este es el mundo; pero, ¿qué necesidad tenéis de llenar vuestras almas de miedo, vuestra fantasía de quimeras, y vuestro sueño de espectros y fantasmas? ¿Qué necesidad tenéis de que al joven incauto que leyó las execrables obras del marqués de Sade? Y sobre todo, si el objeto es distraerse y no agravar el peso de la vida, que de por sí es las más veces insoportable y fastidiosa, ¿a qué fin leer libros que compriman el corazón?
Ya que he indicado los peligros generales que puede causar la lectura en una mujer, justo será indicar también las obras que pueden leerse sin peligro.
Manuel Payno
Tomado de "Sobre mujeres, amores y matrimonios".
[Continuará...]